1. Bienaventurados ( griego:
Makarioi)
Cada bienaventuranza empieza con este término
que significa “felices” o “dichosos”. Lo que sigue expresa el verdadero
carácter del cristiano, por eso alguien ha sugerido que deberíamos
definirlo así: “es la clase de persona que debería ser felicitado o la
clase de ser humano que hay que envidiar, porque sólo él es
verdaderamente feliz”.
La felicidad es la gran búsqueda del ser
humano y resulta trágico ver las formas que tienen algunos para
alcanzarla sobre todo porque la conciben al modo griego como la
ausencia de problemas y la confunden con el placer. Uno puede gustar
todos los placeres, carecer de problemas graves y no ser feliz.
Ahí radica precisamente el engaño del pecado: ofrece felicidad
y conduce siempre a la desdicha. Contempladas las bienaventuranzas
globalmente proporcionan algunas enseñanzas primordiales: en primer
lugar que todos los cristianos han de ser tal como se describe aquí; no
es que se trate de unos cristianos excepcionales, sino que el verdadero
carácter cristiano es precisamente éste.
En segundo lugar, todos los cristianos deben
reunir todas las características que se mencionan, de la misma manera
que todos los cristianos deben manifestar el fruto del Espíritu (Gá.
5:22-23). En tercer lugar, ninguna de las descripciones corresponde a la
tendencia natural del ser humano, ya que sólo son posibles por la
gracia y la acción del Espíritu Santo y señalan la gran diferencia entre
el cristiano y el incrédulo. ¿Somos realmente felices en sentido que
tenemos aquí?¿Pertenecemos al reino?¿Aún tenemos que entrar en él? ¿Por
qué? ¿Manifestamos estas cualidades en la vida diaria?
2. El carácter del
cristiano
Veamos cada una de las ocho descripciones de
súbdito del reino y luego contemplaremos las consecuencias:
2.1. Los pobres en espíritu
(v.3). No debe sorprendernos que esté en primer lugar porque es la
clave para entender las demás. Sólo Lucas cita a los pobres sin
calificarlos, pero no son los pobres en lo material, sino los que nada
poseen ni pretenden ante Dios y reciben el reino por gracia. Ésta es la
característica principal del cristiano pues para el pensamiento hebreo,
el pobre en espíritu es la persona humilde.
2.2. Los que lloran
(v.4). Para muchos es una paradoja: ¡felices los que lloran!
Evidentemente contrasta con lo que piensa el mundo. No se trata aquí de
las lágrimas derramadas por la muerte de un ser querido, sino de un
aspecto del carácter cristiano. Los que lloran son los que se afligen
cuando se contemplan a sí mismos y se dan cuenta que no han sido todo lo
fieles y santos que era de esperar, buscando el perdón del Señor. Son
también los que ven la condición del mundo que vive sin Dios y esto les
causa una profunda aflicción. Así que lloran por los pecados de otros y
sus consecuencias.
2.3. Los mansos
(v. 5). Son la antítesis de lo que en la actualidad está en boga y por
su influencia afecta también a la iglesia. Está tomado del Sal. 37:11 y
allí, según el contexto, el manso es el creyente que confía en Dios y
espera en él, el justo y misericordioso que contrasta con los malos, los
impíos y los hombres violentos . El manso no es una persona apocada,
sino alguien que se somete enteramente a Dios. Moisés es un ejemplo a lo
largo de su vida; primero fue muy lanzado, pero 40 años de aprendizaje
en el desierto y otros 40 como dirigente de Israel le enseñaron a
depender de Dios en todas las cosas. Las otras dos veces que este
evangelio emplea el término manso son para referirse a Jesús (11:29 y
21;5).
2.4. Los que tienen hambre y sed
de justicia (v. 6). Los que hemos sido justificados, ahora
debemos vivir como justos buscando no sólo la justicia de nuestros
actos en nuestras relaciones con Dios, sino también con nuestro prójimo.
De ahí que se pueda resumir en una sola palabra: santificación. No es
el tipo de moralidad propia de escribas y fariseos, sino una
caracterizada por el amor al prójimo.
2.5. Los misericordiosos (v.7).
Si al mirar las consecuencias del pecado sentimos compasión por los que
sufren, la misericordia (poner el corazón en la miseria) es la acción
que ponemos en marcha para aliviarles. Implica tanto perdonar las
ofensas como contribuir al bienestar de todo aquel que pueda
necesitarlo.
2.6. Los de limpio corazón
(v.. El corazón es el centro de la personalidad en lo íntimo del ser.
La pureza de vida del cristiano no es algo externo como pretendían los
fariseos, sino interno, la fuente misma de donde procede la actividad
moral del hombre (Mt. 15:18-19). Es lo opuesto a la hipocresía, y de ahí
que nos hable de la integridad personal del cristiano.
2.7. Los pacificadores
(v.9). El pacificador no es el pacifista en boga, sino el hacedor de
paz, el que trabaja por la paz para que impere la justicia,
especialmente en la iglesia. Paz ( griego eirene) se corresponde con el
hebreo Shalom que no es un simple saludo sino la expresión de un deseo
de bienestar en un sentido amplio.
2.8. Los perseguidos
(vv.10-12). La forma gramatical “padecen persecución” indica que es el
resultado de lo dicho antes. Los discípulos son perseguidos por lo que
son, como lo podemos constatar allí donde el cristianismo es rechazado.
Nunca en la historia ha habido tanta persecución de los cristianos como
la que se produjo en el siglo pasado y que sigue en el actual. Miles de
cristianos son muertos cada año por su fe en Cristo.
3. Las bendiciones
del cristiano
Consecuentemente a lo que somos se derivan
una serie de bendiciones: en primer lugar, el reino nos pertenece por
haber entrado en él por el nuevo nacimiento que es la esfera donde se
reconoce el señorío de Cristo. De ahí que esté en primer lugar, porque
las otras siete tienen que ver con el súbdito del reino.
Éste experimenta la consolación de vivir en
un mundo en el que se encuentra incómodo. Igual que en el Salmo 37:11,
la tierra es la heredad de los mansos y humildes. Es una promesa
esperada que tiene que ver con la consumación del reino en el retorno de
Cristo en la tierra renovada (Ap. 21:1-7).
La satisfacción del hambre y la sed de
justicia sólo se saciarán plenamente en la consumación del reino. Aunque
la forma del futuro “alcanzarán misericordia” apunte a la consumación,
no se limita a ésta puesto que en la iglesia adquiere un significado
actual por medio del perdón y la restauración del hermano. “Ver a Dios”
no es lo que se conoce como “visión beatífica” en el catolicismo, sino
que el cristiano puede percibir a Dios a través de sus obras.
Pero también tiene una dimensión futura en la
consumación del reino. Los hijos de Dios es una posición en Cristo por
adopción guiados por el Espíritu (Ro. 8:14-15), pero además serán
llamados de este modo porque se parecen a su Padre como hacedores de paz
La persecución viene a ser la acreditación de pertenecer al reino (en
presente) y en ello hay gozo por el galardón.
Conclusión
Las bienaventuranzas contempladas en conjunto
son una descripción fehaciente del carácter de Cristo. Por eso, ser
cristiano en última instancia es ser como Cristo. Familiarizarnos con
las bienaventuranzas nos ayudará a contrastar nuestra vida con el
verdadero carácter revolucionario cristiano y el único que puede
impactar nuestra sociedad.