Dios ha diseñado el matrimonio, sólo él puede enseñarnos acerca de cómo debe funcionar.
El marido tiene un papel y la mujer tiene otro, de acuerdo a la configuración física, psicológica y espiritual de cada uno. El perfil de uno y otro depende del diseño de Dios.
«Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer»
(1ª Corintios 11:3)
Esto confiere al marido una posición de autoridad sobre la mujer, que no es, sin embargo, la suya en sí, sino que es un reflejo de la autoridad de Cristo sobre la Iglesia.
Pero, por otro lado, la Biblia también dice: «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella» (Efesios 5:25). Este amor tiene una característica sobrenatural, porque es el amor hasta el sacrificio con que Cristo amó a la Iglesia.
El hombre, como Cabeza, es escudo para la familia: La familia (mujer e hijos) está expuesta en muchos frentes, por lo cual necesita la protección de la Cabeza.
El hombre, como cabeza del hogar, es modelo de lo que Dios es con sus hijos: Un padre debe mostrar a sus hijos el carácter de Dios Padre, es decir, su amor y su autoridad.
El ejercicio de la autoridad no debe producir ira, sino un sano temor (Salmo 119:120), y debe ir muy complementada con el amor. En la toma de decisiones, el padre podrá escuchar a su mujer (y eventualmente a sus hijos), pero en definitiva quien decide es él, y quien, a la hora de cometer errores, debe asumirlos enteramente.
Cuando el orden de Dios no está claro, todos los miembros de la familia procurarán imponerse unos a otros, la mujer al marido, los hijos a los padres, etc. Esto será causa de rencillas permanentes.
«Dolor es para su padre el hijo necio, y gotera continua las contiendas de la mujer»
(Prov. 19:13).
Un marido con tal familia, ¿podrá servir a Dios? Por muchos esfuerzos que realice, no le servirán de mucho. Dios no respaldará nada que se salga de su modelo y del orden que él estableció.
Restablece el orden de Dios.
Acepta que la mayor responsabilidad en el hogar le corresponde al marido, y que ésta es indelegable.
El marido deberá someterse a la autoridad de Dios, para que él le permita establecer la suya propia en el matrimonio y el hogar.